domingo, 25 de octubre de 2009

COMISIONES, DE RAMÓN DURÁN EN EL COMERCIO

Un famoso estadista francés hizo diana con el empleo de las comisiones como fórmula narcotizante de problemas políticos. Cuando la previsible solución de algún asunto le incomodaba, promovía una comisión para su estudio y todos contentos. En especial el protagonista, que decidía en última instancia y libre de pies y manos una vez que la consulta de varios expertos hubiera impedido llegar a un acuerdo razonable. Es lo que yo llamo la técnica de la melé. Consultar en condiciones de tanta confusión que no quede otro remedio que decidir personalmente, pero con adorno de transparencia. Un magnífico ejemplo se ofrece por las comisiones parlamentarias, ya estén compuestas por expertos o por diputados. Estas segundas se suelen impedir con frecuencia y cuando no hay otra opción su funcionamiento es tan inútil que se vota las conclusiones completamente al margen de lo debatido y comprobado. Se acordarán ustedes de las del 11-M, o la de los espías en Madrid, o la del 'Tamayazo', y un largo etcétera. Se dice que otros mandatarios preferían el sistema de resolución de los conflictos urgentes gracias a un cajón donde resultaban los expedientes arrumbados bajo el rótulo «Prohibido abrir en tres meses». El tiempo lo cura todo. «Le monde va lui même», que afirman los liberales.

Hay que reconocer que pocos términos como el de comisiones evocan fenómenos indeseables. Así, en el mundo de la política rememora de forma inmediata la corrupción, y qué decirles de los pelotazos deportivos y otros eventos. No me refiero, sin embargo, en este artículo a las dichas comisiones, pero casi. Aludo al mecanismo que los bancos y cajas idean para detraer los magros fondos de sus clientes o hasta de terceros. De un tiempo a esta parte, las entidades financieras, ávidas de hacer lo que saben, enriquecerse a costa del esfuerzo ajeno y sacarle rendimiento al dinero de los demás, encontraron el inagotable filón de sablear por todo lo imaginable o imprevisible. Te cobran por cualquier cosa y a precios abusivos, de la manera más descarada y sin justificación posible. Lo perpetran gracias al explicable silencio de las víctimas, que, cansadas de combatir contra dicho goteo, acaban tirando la toalla, por muy odiosa que sea la práctica que deben sufrir injustamente. Hace no mucho recibí un estado de mi cuenta corriente que contenía un cargo de comisión, antes desconocida. Asombrado del atropello, acudí a mi sucursal, donde me instruyeron, como quien convence a un infante, que dicha comisión se me aplicaba porque se había comunicado al Banco de España y obtenido su aprobación. Yo argumenté que serían muy libres de consultar mis comisiones y gastos con el Dalai Lama si era de su gusto, pero que nadie había negociado conmigo semejante imposición, tan legal como ilegítima. Argüí que mi depósito suponía un préstamo de dinero que, a muy bajo interés, hacía yo a favor del banco, y que cobrarme por eso constituye un atropello intolerable. Comisión de mantenimiento de una cuenta corriente, la llaman, como si el saldo no se mantuviera por sí mismo, de suerte que corriera riesgo de fuga o repentina evaporación, necesitando vigilancia extrema. Vamos, un atraco de baja intensidad que dirían ahora.

Como parecemos unos carneros mudos, las entidades, envalentonadas, se lanzan a nuevos horizontes de abuso. Hace pocos días presenté un cheque nominativo a mi favor en La Caixa y me detrajeron dos euros de la cantidad en forma de comisión por el pago en otra sucursal donde estaba domiciliada la cuenta, sita en Barcelona, lo que hacía imposible mi traslado. Si optas por la fórmula de su ingreso en cuenta, te gravan por la compensación interbancaria, cuyo propio nombre indica que los cargos de unos a favor de los otros quedan remitidas, pero de paso ambas entidades las cobran a sus clientes. Fíjense ustedes: un deudor gira orden a su banquero para que pague a su acreedor, pero le desobedece y de paso cobra un cargo insólito a un ajeno que recibe menos de lo debido. Lo increíble es que no le repercuten a su cliente, sino al ingenuo tercero, que se ve sustraído en parte de sus fondos sin razón aparente. Es como si una tienda cambiara billetes de 10 euros a 8. ¡Eureka!: logran pagar duros a tres pesetas con impunidad, y se quedan tan panchos. Por eso, un reciente informe de la Comisón Europea garantiza que las comisiones del sistema español son las segundas más caras de toda la Unión, tras Italia naturalmente. Me imagino que se acordarán los lectores del fraude que algunos piratas informáticos perpetraron redondeando los céntimos de cuentas y desviándolos a otra suya y fueron millones, mientras éstos no se contentan con menos que varios euros por operación.

Miel sobre hojuelas y sigan los hurtos. Hurtar es sustraer lo ajeno contra la voluntad de su dueño, sin que medie violencia. Por eso es acción que de ordinario se realiza furtivamente o a hurtadillas, términos que provienen del acto base. Ahora lo hacen con descaro, incluso mediante un sistema de aprobación administrativa que convierte la exacción en más sangrante. A la hora de reclamar fondos y avales públicos, sus súplicas resultan lastimeras, pero hacen oídos sordos ante las reclamaciones y frente a los que les piden préstamos muestran su insolencia. Desconocen el imperativo categórico: no hagas a los demás lo que no quisieras que te hagan a ti. Tarde o temprano lo pagarán con creces.

Ramón Durán es Catedrático de Derecho Civil de la Universidad de Oviedo
Artículo publicado en El Comercio 25/10/2009

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